lunes, 11 de abril de 2011

De la palabra como verdad. Los Xirau, hombres en tiempos oscuros

Estaba organizando mis papeles de hacienda para la declaración anual y quise recordar las últimas cosas que he publicado en diferentes medios. Sé que podría consultar mi bloc de recibos y lograr certeza absoluta, pero me gustan las búsquedas azarosas.

Así fue como encontré este artículo de abril de 2009, publicado en la Jornada Semanal. Es uno de los que recuerdo con más cariño porque en él se llegan a unir mis caminos (aparentemente) divergentes: filosofía, literatura y periodismo.



Además, toco en él, aunque sea de pasada, varias de mis obsesiones: los linajes de creadores (en este caso filósofos y escritores), la relación entre palabra poética y palabra filosófica y la muerte del padre como momento definitorio de la identidad personal y creativa.

En las entrelíneas, legible quizá sólo para mí, también subyace una pregunta: ¿deben los intelectuales y los artistas tener hijos? Es una pregunta que me hago a menudo, como preguntándola también para mí misma. No sé. Ayer le prometí a un amigo no preguntarme nada, no al menos hasta que termine esta la primavera. Sólo para ver qué se siente.

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Vaga-preguntona profesional. Nunca en la vida he parado de viajar: por trabajo de mi papá, por mi trabajo, por las ansias que me queman de vez en cuando. Soy dromómana, y también viajo mucho sin moverme de lugar. Me gustan los días soleados (no necesariamente calurosos), el viento, la lluvia (cuando es tibia o suave), el mar, los bosques. Las pláticas largas, las noches de copas con los amigos, los abrazos, los libros, la pintura, la fotografía y los gatos. Me obsesionan los edificios viejos, los lugares "extraños", el cielo, el agua en general, el idioma, las palabras, ciertas ideas. Detesto la falta de compromiso personal y social.

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